El domingo cuando íbamos camino de San Lorenzo algo en la Gavidia nos sorprendió. Era inconfundible, no dábamos crédito: olía a azahar. Giramos nuestras cabezas y vimos que el naranjo que acabábamos de pasar estaba cuajado de esas benditas florecillas blancas.
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El domingo cuando íbamos camino de San Lorenzo algo en la Gavidia nos sorprendió. Era inconfundible, no dábamos crédito: olía a azahar. Giramos nuestras cabezas y vimos que el naranjo que acabábamos de pasar estaba cuajado de esas benditas florecillas blancas.
¡Qué alegría!
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