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martes, 29 de julio de 2008

Historia de la hermandad de la Amargura (II)

amargura

Continua el relato sobre la historia de la hermandad de la Amargura expuesto por palermoverde en el foro la Semana Mayor.

Pero no fue así, porque los hermanos de la feligresía de San Julián descontentos con la supresión de la estación de penitencia, renovándose a través de los años, siguieron con sus intentos de restablecerla, lo que cristalizó en tiempos del arzobispo D. Jaime de Palafox y Cardona, quien con fecha 2 de Junio de 1696 aprueba las Reglas de una nueva hermandad de penitencia, en las que se fija la tarde del Domingo de Ramos para su salida. Una salida que no pudieron efectuar hasta el año 1699, en la que llevaron dos pasos, el del Señor, cuya talla había realizado un año antes el escultor Pedro Roldán, y la de la Virgen de la Iniesta, ya que la cofradía no había podido aún adquirir una nueva. Eso si, se le obliga a la cofradía a que el título de su Virgen sea el de Amargura, lo cual, no vaya a pensarse, no estaba tan alejado del de Iniesta, porque aunque Iniesta signifique retama, popularmente se emplea para una clase determinada de sabor amargo, y del sabor amargo a la amargura hay una pasito bien pequeño, lo que nos puede indicar que los cofrades de San Julián se mantenían fieles a sus orígenes.

Pero la historia iba a dar una de esas vueltas extrañas que lleva a las cosas por derroteros no previstos.

No debía de ser fácil la vida de la nueva hermandad, que en el año 1715 decide no efectuar su estación y dedicar los fondos para confeccionarle un manto y una corona de plata a su Virgen, una Virgen que no sabemos si es ya la actual, o seguía siendo la antigua Virgen de la Iniesta. Y en el año 1718 hacen su última salida desde San Julián.

Si la situación económica no era boyante, tampoco debía ser plácida su estancia en la parroquia, donde podemos adivinar roces con los cofrades de la hermandad de gloria y en donde casi podemos palpar la enemiga del párroco, y tanto es así que en el mes de marzo de 1724, cuando los hermanos se encontraban reunidos para deliberar si efectuaban la salida, el cura de San Julián los expulsó de la iglesia. La hermandad, claro, determinó cambiar de aires, y se trasladó a la iglesia de San Juan Bautista, vulgo de la Palma, lo que llevaron a efecto en aquel año de 1724. A los veinticinco años justos, un cuarto de siglo, de existencia la hermandad se veía impelida a cambiar de ubicación.

Tampoco iba a ser fácil la vida de la hermandad en su nueva iglesia, pues se trataba de una corporación cuyos componentes pertenecían a otra collación y cuyo nivel social y económico era muy diferente, más humilde, que el de la feligresía de su nueva residencia canónica. Y estas dificultades lógicas de desarraigo y acoplamiento se intuyen en la vida de la cofradía a lo largo del siglo XVIII y principios del XIX. Y tampoco aquellos tiempos eran los mejores para la vida de las cofradías.

Por lo pronto, instalados en San Juan de la Palma en el año 1724 no hicieron estación hasta el año 1729, dedicando sus recursos en los años que median a la construcción de los altares precisos para colocar a sus imágenes en su capilla, una actitud bien diferente de las que ahora se estilan y usan. Y volverían a salir al año siguiente, 1730, para no volver a hacerlo en los siguientes treinta y un años, pues no volvería a salir hasta el año 1762.

Y mientras tanto, en el año 1750 adquieren la sacristía y salas de cabildos y labra nuevas dependencias, y en el año 1760 adquiere el San Juan, obra de Hita del Castillo. En 1786 sabemos que estrena un paso de misterio, cuya descripción se conserva, y en el que, además de la imagen del Señor, ya vestida de blanco, figuraban Herodes, dos fariseos y cuatro judíos armados, curioso anacronismo muy propio de aquellos tiempos, porque si fue Pilato quien remitió al reo a Herodes, la guardia, como es lógico, debía pertenecer a la cohorte de la guarnición romana. Pero bueno, del sitial o trono de Herodes también colgaban los haces del “imperium” romanos, que pintaban allí todavía menos. Aunque también cabe interpretarlo todo como pura alegoría, de quienes eran en realidad quienes acusaban, los judíos, y quienes eran de verdad los que mandaban y tenían la sartén por el mango, los romanos.

Pero el caso es que, aunque estrenara un nuevo paso, la hermandad entra bien pronto en decadencia, de forma que casi llega a la disolución, de la que intenta salir mediante una reorganización que pretende llevar a cabo en el año 1808. No era precisamente el mejor momento, porque es el año de la invasión francesa y del inicio de la Guerra de la Independencia. Pero pese a todo, pese a la penuria de los tiempos y a la ocupación de la ciudad por la francesada, la hermandad sobrevive.

Pero como es lógico sobrevive con dificultades, tantas que, expulsados ya los franceses, cuando se disponían a efectuar su estación en 1814 no pueden llevarla a cabo porque un acreedor les embarga la cera, justo en el momento de la salida, por el impago de deudas.



Hay quien dice que este golpe hizo que la cofradía entrara de nuevo en una grave crisis, pero yo creo que en realidad el embargo más bien respondía a una grave crisis y no era sino una manifestación de esta.



Sea como sea, lo cierto es que la corporación tiene a esas alturas ciento dieciocho años de vida y apenas ha hecho más de veinte o veinticinco estaciones a la catedral, lo que hoy en día nos sorprende sobremanera y sería casi inconcebible. Aunque eso si, tiene dos espléndidas imágenes titulares, tiene altares dignos y tiene en propiedad varias dependencias. Y ha sobrevivido al cambio de barrio y al terrible siglo XVIII y a los más terribles primeros años del siglo XIX. Y todo eso no es poco.

Hacia 1828 la hermandad toma nuevo impulso de la mano de jóvenes cofrades y les son aprobadas nuevas reglas en las que se fija la salida para la tarde del Martes Santo, y en caso de lluvia para el día siguiente, previsión al día de hoy absolutamente impensable. Y aún cuando establece las túnicas blancas para sus nazarenos, ello será cuando pueda, siendo provisionalmente negras.

Será esta reorganización ya la definitiva, pues la hermandad comenzará a hacer estación de forma regular y poco a poco irá, no sin dificultades, engrandeciendo su patrimonio. Han pasado cien años desde su llegada a San Juan de la Palma y podemos intuir que la corporación ha arraigado en su nuevo barrio y en el centro de Sevilla, olvidando sus orígenes en el popular y populoso barrio de San Julián.

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