Doblando a muerto, triste la campana,
la calle está nevada de azahares,
se han llenado de sombras los lugares
que quiso el sol besar por la mañana.
El cortejo discurre con desgana,
oscuros nazarenos van a pares
en silencio, gravedad en andares
de siglos de rito, nadie se afana.
El muñidor anuncia desde lejos
el velo de la tarde que se raja
llenando la ciudad de mil reflejos.
La vida, caprichosa, nos ataja,
herida de espadaña y de vencejos,
el ver como será nuestra mortaja.
Rafael Dominguez Villa
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